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domingo, 30 de diciembre de 2012

DE LA SAGA DEL RUBÍ 1ª PARTE DE 3

Cuando pasé cerca de aquel contenedor de basura, me extrañe de que el contenedor contestara a lo que aquel hombre mal encarado le preguntaba, como si me hubiera pasado algo en el zapato (truco femenino) me paré e hice como que arreglaba algo en él, pero el contenedor seguía hablando al hombre. No podía demorar más el arreglo, sin despertar las sospechas de aquel que seguro estaba haciendo alguna fechoría y desconfiaría de todo el mundo. Unos pasos más adelante, inducida por mí espíritu investigador, volví a detener mi marcha, en esta ocasión, saque un libro de mí bolso y como si fuera un mapa, después de estar mirándolo, llevaba mí vista hacia los cuatro puntos cardinales y así poder mirar con disimulo, cual era el secreto del contenedor parlante. Tan sólo pasaron unos momentos, cuando el hombre, metiendo en el contenedor la mitad de su cuerpo y haciendo un esfuerzo, se hizo con algo importante, escondido en aquel contenedor. Manuel, el hijo del Manolico, apareció sucio pero contento. ¿Verdad padre que hoy llevamos buen día? El Manolico, mirando la furgoneta, vio que la faltaba por llenar casi la mitad, pero también sabía que si no animaba a su hijo, este lo dejaría plantado y en cualquier momento desaparecería, luego estaría sin volver a la casa dos o tres días, así que reafirmó lo que su hijo había dicho y salieron con el motor apagado calle abajo, en busca del siguiente contenedor. Manuel, a pesar de sus diez años, era lo que se podía llamar el cerebro de la banda, la banda estaba compuesta de un número indeterminado de componentes, todo iba en función, de como Manuel viera la cosa. A veces admitía en la banda a su hermano Gero, Gero ya es un hombre de siete años y cuando hay que echarle valor a la cosa, el Gero siempre está a la cabeza, en él, se puede confiar. Manolico, el padre del Manuel, no es de mucho fiar, o está borracho, o va negro de farlopa y como los payos, lo tienen fichao, se pasa más tiempo en el talego que con su familia y aunque el Manuel ha aprendido muchas cosas de él, tampoco es que se fie mucho. La Dolores su madre, es otra cosa, antes cuando estaba con su familia, era uno de los puntales del clan, pero desde que se casó con el Manolico, en la familia no quieren que vaya por su casa y aunque de vez en cuando le dan p´a que se gane la vida, no la quieren ver por el negocio, cuando se casó, le regalaron aquel bajo en el barrio, en la calle Maestro Enrique Granados, allí se podía forrar, los clientes eran muchos y no daban problemas, desde detrás de las rejas y vigilada por el Manuel, que ya tenía siete años y sabía cantar “el agua” como nadie, La Dolores se hubiera podido hacer con una fortuna, si el Manolico, no hubiera estado tan colgado y le hubiera gustado darle esas palizas a la Dolores.

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